El entusiasmo y la embarcación


Amaneció el memorable
día para este lugar.
El sol en el horizonte
principiaba a despuntar
coronando las montañas
con un brillo celestial.
Y alegrando la Creación,
sumida en oscuridad
por espacio de dos meses,
terribles de tempestad.

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Los vecinos ignorantes
de la fausta novedad,
preparaban sus atavío
para irse a trabajar,
cuando suena de repente
un repique general
de las sonoras campanas
de la Iglesia Parroquial.
Envidia de cuentos oyen
su tan vibrante metal.

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También en el ancho espacio,
se elevan con gran silbar
centenares de cohetes,
que anuncian, al estallar,
alguna alegre noticia.
Y todos con ansiedad
acechan muy presurosos,
deseosos de encontrar,
ese espectáculo gratis
que lo puede disfrutar
hasta el último infeliz
que no posee ni un real.

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Antes de quince minutos,
la Plaza en su extensidad
se llenó de espectadores.
Y no se tardó en divulgar
la noticia de que iba
la expedición a Embarcar.
Las personas más curiosas
corrían hacia el Canal
para tomar buenos puestos
y ver, con comodidad,
la grandiosa embarcación
que acaba de preparar
el piloto Villarejo,
gran práctico en navegar.

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Su esposa, doña Francisca,
simpática por demás,
que aunque raya en los cincuenta
está en muy buen conservar.
Con un genio dichotero,
no le para de encargar:
Que mires por D. José,
y Garófano a la par,

porque son las dos personas
que en el mundo quiero más;
y si naufragan no vengas
donde te vuelva a ver más''

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Entre tanto, en el Casino,
se preparan a marchar
de la siguiente manera:
primero, la Autoridad
con todo su Ayuntamiento;
después va la Clerical,
sin olvidar a Juan Rueda
que iba un poquito detrás.

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Se ven en tercera fila,
distinguida sociedad
de títulos académicos.
Y sigue, la comercial.
Luego, después, la excursión
bajo un doncel de percal.
Por último, el populacho
en masa descomunal,
formando la carretera
que conduce hasta el Canal.

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Es inmenso el entusiasmo,
más no dejan de notar,
pues nunca salen las cosas
como son de desear,
como falta, en esta ocasión,
de D. José de Escolar;
pues la música ha faltado
para más solemnizar
el acto tan importante
que vamos a presenciar.

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Al llegar la comitiva,
como era de esperar,
se redobló el entusiasmo
que rayó en el delirar.
Tanto que algunas personas,
llegaron a desmayar.
Los viajeros conmovidos
acaban de embarcar.

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Y entonces, alzó el bastón
la primera Autoridad,
imponiendo la atención.
A aquella leve señal,
enmudeció el vecindario
con silencio sepulcral.

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''Señores, los grandes hombre
siempre han sido y lo serán
aquellos que realicen
grandes cosas, y a la par
que ellos se hacen inmortales,
sus pueblos también serán.

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Hoy nos cobija la dicha
y la gran felicidad
de ver realizar un acto,
tan grande y trascendental,
que nos llevará a la Historia,
a la Historia Universal.
Porque estos siete caudillos,
que acaban de embarcar,
exponiendo su existencia,
van a descubrir, quizás,
más que aquellos que estudiaron
la piedra filosofal.

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Yo les prometo y les juro
que para solemnizar
su feliz vuelta preparo,
puesto que a mi alcance está,
las Fiestas más admirables
que se han vito, ni verán.
Habrá toros y torneos,
un certamen musical,
exposición de animales
de toda la vecindad.
Bailes públicos con danzas
muy cachondas de bailar,
de esas que solo menean
medio cuerpo nada más.
Y otra infinidad de cosas
que no me puedo acordar.
Ya las iré yo pensando,
cuando tenga más lugar''.

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Un aplauso estrepitoso
acaba de resonar.
Y el jefe de la Parroquia,
con amable caridad,
le dirigió la palabra
de esta suerte: ''Ya sabrán
que la Iglesia, nuestra Madre,
siempre propicia estará
a proteger con su ayuda
toda obra grande, ideal,
que camine hacia el progreso
y bien de la Humanidad.
Y después de bendecidos
y por vosotros orar,
para que volváis con triunfo;
también os debo encargar
que no manchéis vuestro honor,
guardar vuestra dignidad,
que es la prenda más hermosa
que debemos conservar.

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Si alguna tribu salvaje
os acomete, luchar,
pero siempre con prudencia;
y procurando evitar
el derramar mucha sangre.
También debéis conservar,
-esto va por los solteros-
la hermosa virginidad.
No vayáis ilusionados
a cometer la crueldad
de faltarse a las doncellas
que encontréis en orfandad.
Y en particular Gabriel,
que no es mucho de fiar.

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Así, hijos míos, volveréis
con mucha tranquilidad.
Llenos de laurel y palmas,
aunque no traigáis metal.
Preparar ese Artesón
ver, si por causalidad,
se os olvida alguna cosa
que ahora remedio tendrá".
“Señor Tallón, dijo Enrique:
se le olviada lo esencial.
¡Sin interprete, que hacemos!”.
“¡Ay, D. Enrique!, es verdad”;
exclamó el señor Tallón,
¡y que apuro tan fatal!.

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En toda la concurrencia,
fue el disgusto general.
Pero pronto se calmó,
que sin hacerse esperar,
D.Manuel de los Meleros,
grande notabilidad
en toda calase de idiomas,
sin tiempo para arreglar
ni aún las cosas necesarias,
viendo la necesidad
tan urgente,con arranque
de gran generosidad,
dijo: “señores no hay “mieo”,
me ofrezco de voluntá.
Y marcharé con “ostés”
orgulloso de encontrar
donde demostrar mi “cencia”
y la gran “habiliá”
de entender hasta los perros
en su “moo” de ladrar.
Y dio un salto al Artesón
con aplauso general.

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El Sr. de Villarejo,
a la orden del Capitán,
mando levantar anclas,
y se principió a remar.
Ya la comitiva en marcha,
volvieron a resonar
los aplausos y los vivas,
hasta que vino a ocultar,
a los insignes viajeros,
el recodo de Canal.
La gente muy satisfecha,
pero con grande pesar,
se volvieron a la Villa,
impacientes en esperar
que los viajeros regresen
con grande felicidad.

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